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Santa Marta tiene unas características inconfundibles, como la
Sierra Nevada que es la montaña de litoral más alta del mundo, con
su pico Bolívar que es a su vez la mayor elevación de Colombia. Fue
la primera ciudad fundada en Suramérica (1525) por el mismo
sevillano que la descubrió en 1502, cuando a su paso recorrió
también casi toda la costa Atlántica colombiana. Era don Rodrigo de
Bastidas, el mismo que le dio el nombre al río grande de la
Magdalena y al golfo dulce del Darién. Este conquistador, con ayuda
de los indígenas que ocupaban el valle samario, hizo construir
casas de madera y paja donde alojó los 300 hombres de sus naves,
entre ellos varios labradores que viajaron con sus mujeres y dos
religiosos de la Orden de la Merced, quienes construyeron la
primera iglesia de Tierra Firme.
Santa Marta fue el puente entre España, Santodomingo y el Nuevo
Continente y del cual partieron los europeos para colonizar el
resto del país. Entre ellos, Jiménez de Quesada, Pedro de Heredia,
Suárez Rendón, Pedro de Ursúa y Antonio Díaz Cardoso. Después de un
buen comienzo, la llegada de los piratas en 1543 marcó su
decadencia, porque los comerciantes se fueron para Cartagena,
ciudad que tomó la supremacía de navegación, ya que los navíos
españoles no llegaban al puerto samario. Santa Marta fue atacada y
tomada por piratas franceses, ingleses y holandeses. El robo, las
torturas, el sufrimiento, la intranquilidad alejaron a muchos
pobladores y los obligó a emigrar a lugares más seguros, como
Cartagena, Mompox y Ocaña. La ciudad quedó casi despoblada y de la
urbe primigenia no quedaron vestigios porque fue quemada más de
veinte veces, hasta 1692.
A pesar de todo, creció durante los tres primeros siglos pues en
1725 tenía las siguientes calles que se fueron formando, a partir
de la Plaza Mayor (foto núm. 45), en el sitio que hoy ocupa el
edificio del Banco de la República: Calle de la Marina o de la Cruz
(hoy No. 12), Calle de la Iglesia Mayor o de San Francisco (hoy No.
13), Calle del Cuartel o de la Cárcel (No. 14), Calle de la Acequia
(No. 15), Calle Santo Domingo (No. 16) (foto núm. 18), Calle de la
Veracruz, Calle Real o Calle Grande (No. 17). Otras fueron la Calle
de Mamatoco (nombre asignado a la prolongación hacia el Este de la
Calle de San Francisco) y la Calle de Madrid en dirección al Camino
Viejo de Gaira (hoy Avenida Bavaria). A partir de 1820, se fue
formando el sector Oeste de esta calle, con el nombre de Calle del
Pozo (No. 18).
En cuanto a las carreras actuales, sólo existían tres hasta
finales del siglo XVIII y apenas se perfilaba la Carrera Cuarta o
Callejón Real. La Carrera Segunda actual tomaba el nombre del brazo
del río que recorría antiguamente su rumbo; por lo tanto se llamaba
Calle del Río hasta la Calle Grande. Luego, tomaba el nombre de
Callejón del Seminario, debido al edificio que aún se levanta en
ese lugar. Más adelante se conocía como Callejón del Cuartel, pues
pasaba por el viejo Comando de Infantería (foto núm. 293)
construido allí en 1792 por don Antonio Marchante, el mismo que
construyó la Catedral actual (foto núm. 6).
Frente al Cuartel se formó la segunda plaza importante de la
ciudad, la Plaza de Annas, (foto núm. 42), rebautizada desde 1827
como Plaza de la Constitución y actualmente Parque de Bolívar,
porque en su costado Noreste está la Casa de la Aduana donde se
alojó Simón Bolívar desde el 1º hasta el 6 de diciembre de 1830
(foto núm. 3). En esa misma casa fue velado su cadáver desde la
noche del 17 de diciembre hasta el 20, cuando fueron sepultados sus
restos en la Catedral (foto núm. 4).
Ya en el siglo XX nacieron hacia el Sur las Calles de San
Antonio y Burechito (Nos. 20 y 21) y la Calle de la Carnicería,
llamada luego Calle Tumbacuatro (No. 19), debido al barrio de
extramuro que allí existía. La ciudad llegaba hasta la Carrera
Quinta actual, en forma discontinua, pues comenzaba allí mismo el
sector rural y una serie de casas aisladas. Conservó su aspecto
arquitectónico colonial hasta 1945 aproximadamente, cuando la
tendencia del cambio movida por la sensación de que la ciudad no
progresaba por estar aferrada a las casas viejas, hizo que se
derrumbaran los hermosos caserones para dar paso a construcciones
de inferior calidad y estética. También se fueron formando en las
haciendas periurbanas los barrios del Norte y del Sur (Pescadito,
La Castellana, La Salina, El Cerro de la Viuda, Manzanares y
Martinete).
La bonanza bananera llegó a finales del siglo pasado junto con
barcos ingleses, norteamericanos y de otras nacionalidades. Con las
naves inglesas arribaron los marinos que practicaban fútbol en la
playa, logrando despertar desde entonces la curiosidad general por
este deporte y que, a la postre, impulsó la formación del primer
equipo local de futbolistas (foto núm. 94), quienes jugaban con los
primeros cada vez que se realizaban los embarques de banano. Los
samarios fueron, entonces, los primeros futbolistas de Colombia. La
afición se trasladó también a sus amigos y familiares de
Barranquilla, donde se constituyeron otros equipos. Así comenzaron
los juegos entre Santa Marta y el equipo Santander de Barranquilla,
en los cuales ganaba más la cordialidad y la simpatía que los
deseos de triunfar, porque bien aquí o allá preferían perder para
merecer todas las fraternales atenciones que recibían. Era una lid
amistosa entre caballeros.
El ruido del tren se escuchaba permanentemente en toda la
ciudad, especialmente durante las noches, porque llegaban en
interminable fila los vagones con el banano. Las horas especiales
de salida eran las 8 de la mañana y las 5 de la tarde, cuando el
pito de la locomotora anunciaba su partida hacia Fundación (foto
núm. 77).
Es indudable que el comercio bananero y el ferrocarril trajeron
buenas cosas para una villa apacible, donde no faltaba la
alimentación compuesta de pescado, frutas, guineo, leche y buena
carne. Tal reminiscencia se percibe en aquella vieja canción que
aún recorre el mundo: "Santa Marta tiene tren pero no
tiene tranvía... si no fuera por la zona (en referencia a la zona
bananera), Santa Marta moriría...".
Durante la Segunda Guerra Mundial, el negocio del banano se vino
al suelo y desde entonces se inició una etapa de escollos en el
desarrollo comercial. No es gratuito que a la misma canción le
cambiaran la palabra "zona" por
"olas", como hoy se escucha. Todavía en esa
época, la línea férrea señalaba la terminación de la ciudad (foto
núm. 2) y el comienzo de las rozas o haciendas campestres (foto
núm. 17), en cuyos contornos se podía pasear y degustar sabrosas
frutas.
A principios del presente siglo, la ciudad tenía todavía como
centro la Plaza de San Francisco (foto núm. 8), con el viejo
mercado construido en 1881 (foto núm. 14), durante la gobernación
de José María Campo Serrano, aprovechando los cimientos de una
edificación escolar. A su alrededor, en :el callejón de la actual
Carrera 5a., se reunían los carruajes arrastrados por mulas y
burros. O los primeros carros que se estacionaban en la Plaza para
el servicio del público (foto núm. 44). En las calles de San
Francisco y de la Cárcel estaban ubicados los principales almacenes
del comercio local. Durante el día, al recorrer las calles del
centro, se escuchaban los pianos y las notas de ejercicios de los
cultores de la música que tocaban algún instrumento (foto núm. 87).
Se respiraba aire de una ciudad culta, la rnisma que en 1851
presenció el grado de los primeros abogados en el Colegio
Provincial Santander, y de los médicos en la Escuela de Medicina
del Hospital San Juan de Dios (1857).
Dos hechos para recordar en Santa Marta fueron el Primer
Centenario de la muerte del Libertador en 1930 y la llegada de los
restos de Bastidas, en 1953. El primero se conmemoró con desfiles y
parada militar de la Guardia del Libertador, diversos actos en la
Quinta de San Pedro Alejandrino y visita del Presidente Olaya
(fotos núms. 100, 108 y 114). La guardia fue preparada con jóvenes
de la sociedad samaria, quienes prestaron su servicio especial
portando uniformes traídos desde Alemania, así coma quepis y cascos
parecidos a los que usa la Guardia Presidencial (foto núm. 101).
Los restos del fundador de Santa Marta fueron traídos desde la
ciudad caribeña de Santodomingo por el alcalde Juan Ceballos, el
obispo Bemardo Botero y el ministro Escobar Camargo, con una escala
hecha en la capital de la República (foto núm. 119).
Hasta hace pocos años, los samarios mirábamos siempre al mar,
por allí llegaban las cosas buenas y los artículos comerciales
(foto núm. 59). Los dos camellones (el de Barros y el Nuevo) eran
sitio obligado de reuniones, caminatas vespertinas de amigos o
enamorados y el lugar donde todas las tardes, hasta las 8 de la
noche, se encontraban jóvenes, ancianos y niños (fotos 53, 69).
Estos últimos frecuentaban el Parque de los Niños donde habían
columpios y una pista de patinaje construida en 1940. Para la
recreación, existía un balneario que tenía multiples servicios como
pista de baile, casetas para guardar la ropa de los bañistas (foto
núm. 54) y un sitio para espectáculos diversos. Allí vimos muchas
veces practicar el boxeo de Kim Dumplop, quien en esta época no
habría tenido contendores. Los paseos incluían la contemplación de
los bellos atardeceres, sentados en las banquitas de madera (foto
núm. 66), mientras se escuchaba la agradable música en el ya
desaparecido balneario. Ese recorrido por el camellón terminaba en
la estatua del fundador don Rodrigo de Bastidas (foto núm. 67),
obra del hispalense José Lafitta, magnífico escultor que recomendó
colocarla sobre las ruinas del antiguo castillo de San Vicente y la
batería de Santa Bárbara. Los nombres de estas construcciones
coloniales quedaron en la memoria de dos calles: la San Vicente o
Cangrejal (No. 11) y la Calle Santa Bárbara o Cangrejalito (No.
10C). La playa y la bahía lo eran todo pues el Rodadero no había
nacido todavía (1956) para el turismo, y cuando eran visitadas por
algún turista, se alojaban en el Park Hotel, el Internacional del
señor Pachón o en el Hotel Miami. El antiguo aeropuerto quedaba en
"La Ye" de Ciénaga, donde todavía existe una
pista para los aviones de fumigación. En la playa también estuvo en
servicio una caseta de la "Scadta", donde
llegaban los pasajeros de los hidroaviones procedentes de
Barranquilla.
La transformación arquitectónica afectó notablemente a la Santa
Marta del presente, en cuanto concierne a sus construcciones
coloniales. De las ermitas y templos sólo quedan la iglesia de San
Francisco (1597), la iglesia del hospital San Juan de Dios (1746) y
la Catedral actual (1765) (foto núm. 5), "madre de todas
las iglesias de Colombia". De los castillos o fuertes sólo
encontramos las ruinas del San Fernando, reconstruido parcialmente
en años anteriores, y el del Morro que no se ha restaurado aún. Los
otros se perdieron, como el de San Juan de Mata (1602), el de San
Vicente (1644), el de San Antonio (1719), el de Betín (1663) y el
de la Peña de Lipe-San Fernando (1667-1725). Santa Marta comienza
en los últimos 30 años a extenderse. Nacen barrios residenciales y
de invasión y al quitar el cinturón férreo para darle paso a la
Avenida del Ferrocarril, hace apenas unos 20 años, la ciudad se
proyecta por todo el valle y se abandona el centro histórico (fotos
9, 11, 46).
Se contó con estudios fotográficos desde mediados del siglo
pasado, que aplicaban técnicas y máquinas traídas por extranjeros.
En la misma época, don Gregorio Angulo anunciaba su casa
fotográfica y comenzaron a circular tarjetas y fotografías bajo la
firma Del Real y Noguera & Gnecco. En el primer cuarto de
este siglo existe ya la magnífica agencia del señor José Santander
Alarcón, maestro que fue de otro gran retratista, el señor Alfonso
Mier.
Las copias de Alarcón aun hoy conservan su nitidez y la técnica
que él les imprimió. Otros fotógrafos famosos fueron Martínez de la
Cuadra, Roberto Ospino y el señor Franco Barros. Muchos negativos
valiosos del siglo pasado y numerosas fotos antiguas se han
extraviado, o los herederos de sus dueños han preferido quemarlas y
desprenderse de ellas sin ninguna consideración.
Santa Marta colonial, la ciudad bella y tranquila, la de calles
arenosas y noches alegres de familias en las puertas de sus casas,
la que se dormía a las 9 de la noche, la de los niños que
retozaban, jugaban y cantaban las rondas tradicionales llegadas de
España, ya no existe sino en fotografía y en la memoria de quienes
tuvimos la suerte y satisfacción de vivirla. Todavía resuenan en
nuestras mentes "la pájara pinta" o
"mambrú se fue a la guerra" y evocamos los juegos
y tantas cosas que murieron ya hace varias décadas. Duele ahora
recorrer en la noche una ciudad triste y silenciosa, sin voces de
niños que cantan y corren. En cambio, con horror, se oye la música
estrepitosa de las cantinas que han invadido el centro
histórico.
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ARTURO BERMÚDEZ BERMÚDEZ
Presidente Academia de Historia del Magdalena
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